Carne
Respiro apenas por entre las vendas pero ya me he acostumbrado. Los momentos más dificultosos son aquellos cuando me sangra la nariz. Me deja todo empapado y apenas puedo limpiarme con motas de algodón. Por eso mi rostro vendado se ve tan rojizo. Está bien, un poco marrón, si se quiere. ¿Le parece demasiado repugnante? A mí también al principio, pero uno se acostumbra a todo, ¿no es cierto? Las operaciones nunca son fáciles, siempre se corre algún riesgo e inevitablemente quedan secuelas. ¿Le parece que soy demasiado pesimista? No, señor mío, no lo soy. Es la pura y simple observación. La experiencia, si lo prefiere. No muchos pueden decir tener tanta experiencia como yo. Puede parecer obsesivo pero incluso me he dedicado a estudiar otros procesos. Al principio me interesaban los casos similares al mío, pero a poco andar me di cuenta de que en operaciones de menor envergadura sucedía lo mismo. ¿Que cómo me di cuenta? Oh, no sólo las entrevistas con los pacientes, antes que nada la observación. Porque sabrá usted que en muchas ocasiones los pacientes no están del todo conscientes de la gravedad de su enfermedad o de las consecuencias de las intervenciones quirúrgicas a que son sometidos. De hecho, la mayoría de las veces las personas tienden a minimizar, seguramente como mecanismo de defensa, los cambios que producen esas pequeñas alteraciones morfológicas en su cuerpo. Y es que el cuerpo es un mecanismo extremadamente delicado. Basta con cambiar un elemento de lugar, extraerlo o reemplazarlo por algo externo para que provoque una reacción en cadena. Claro que esto a veces no es notorio en seguida. Quizás por eso muchas personas no se llegan a dar cuenta. Los cambios pueden ser paulatinos y tan lentos que la persona no llega a percatarse acostumbrándose a vivir con ellos como si siempre hubiesen estado allí. En otras ocasiones son tan radicales que el paciente muere y nunca supo qué le sucedió. Es en verdad triste ver como algunos no llegan a tomar conciencia de estos cambios. ¿No es triste todo esto? No sólo se lo pregunto a Usted, me lo pregunto yo mismo. Porque uno se acostumbra, como le dije. A veces pienso que he perdido algo de sensibilidad. No es que no me importe lo que le sucede a otros, ni a mí mismo, pero luego de ver tantas cosas pareciera que esto es la normalidad. De hecho ya no recuerdo cómo es la normalidad. Y ahora que lo pienso bien, ¿no será que es Usted el anormal? ¿O es que ha sido operado alguna vez? ¿Nada importante? No, señor mío, no hay operación que no sea importante. ¿Que era ambulatoria? Pero si esas son las más peligrosas. Porque no nos dejan darnos cuenta de la gravedad de los cambios. Lo mío empezó por un miserable quiste sebáceo. Frecuentemente se trata de la gestación de largos procesos de cambio. La metamorfosis puede llegar a durar años. ¿Hace cuánto tiempo fue? ¿Tres o cuatro años atrás? Para este tipo de intervenciones eso puede significar poco. Podemos llegar a pasarnos décadas sin notar como se va produciendo ese cambio hasta que llega nuestro último día, miramos atrás y nos decimos: “cómo he cambiado”. Uno puede notarlo a veces cuando se mira al espejo. Aunque no son sólo los cambios externos, las arrugas, las canas, la flaccidez de la piel, los dientes caídos, la calvicie. El cambio, y por eso se hace imperceptible, se produce bajo la epidermis. ¿Por qué si no cree que me arranqué la piel? Para poder observarlos mejor, para examinarlos minuciosamente. Pero eso nadie lo entiende, por eso me pusieron estas vendas y ataron mis manos. No es que quisiera hacérmelo en un principio. Por eso desollaba a otros pacientes, para tener un punto de vista más objetivo, menos comprometido con el proceso. Luego sacaron eso de que era un asesino en serie, que mis víctimas -pacientes, en realidad- sufrían de grandes torturas, que morían infectados. Pero todo eso no es cierto. Le voy a decir: morían del trauma. Del trauma que les provocaba ver los cambios, de darse cuenta de golpe de la metamorfosis. Yo no soy sicólogo, es cierto, no tengo tino quizás. Pero al verlos así, con los cambios tan expuestos, tenía que hacérselos ver. La carne es como un tejido que dibuja la normalidad. Uno la reconoce intuitivamente. Pero las intervenciones producen cambios que redibujan el diseño del tejido. En una ocasión descubrí unos fierros en la mano derecha de uno de los pacientes. Se movía coordinadamente con los músculos. Por eso él no se daba cuenta de los cambios, a pesar de que sabía que los tenía. Lo había llevado a un lugar oscuro del inconsciente y por eso al ser develado murió de la impresión. Más que eso, del recuerdo. ¿Le parece justo entonces acusarme tan vilmente de cometer esos asesinatos tan atroces que me impugnan? No, señor mío, yo no maté a nadie. Ellos murieron al tomar conciencia. ¿Acaso se acusa criminalmente al que quiere hacer tomar conciencia de algo a la humanidad? A veces incluso les erigen monumentos. Yo no pido tanto. Por eso decidí autoobservarme. Porque tengo conciencia de lo que hago y estoy preparado. ¿Por qué negarme este derecho? ¿Por qué? Ya me dirá Usted. Dibujo: Ricardo Vega Texto: Udo Jacobsen |
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