Mirando atrás
por: Udo Jacobsen
Mirar atrás puede parecer una actitud un poco anticuada (y puede que a uno le comience a llegar eso de los tiempos pasados cuando menos se lo espera) pero no se preocupen porque no vamos a mirar demasiado atrás. Retrocedamos tan sólo unos quince años (¡cómo pasa el tiempo!). Corrían mediados de los ochenta cuando algunos de nosotros ingresamos al mundo del cómic. Éramos algo así como unos bichos raros a los que prácticamente nadie tomaba en serio. Éramos jóvenes y nos gustaba el cómic. Casi todos recordábamos que de pequeños salíamos con los viejos a cambiar historietas de Lord Cochrane o Novaro a la feria o a algunos quioscos y puestos donde las revistas se amontonaban (no había polvo porque todos los títulos se movían mucho).

Pero en ese entonces, la cosa se movía. En los ochenta estaba absolutamente parada. Puede que haya sido ese dejo de nostalgia el que nos llevó a llenar ese hueco. Claro que no éramos ya los niñitos que consumíamos superhéroes ni aventuras espaciales o de la Segunda Guerra.

Habíamos crecido y habíamos leído a otros autores que por milagro comenzaban a aparecer en alguna que otra librería o en manos de alguien que viajaba al extranjero y traía alguna de esas maravillosas revistas para adultos. De hecho, antes no se nos había pasado por la cabeza eso de que podía haber cómics para adultos.

En el fondo se trataba también de tiempos en los que todos queríamos expresar algo. Nos encontrábamos en plena dictadura y prácticamente todo lo que nos interesaba estaba prohibido o, por lo menos, mal visto. Entonces comenzamos a producir nuestros propios discursos. Con las mínimas y escasas armas que teníamos, con incipientes habilidades para el dibujo y el guión y con apenas algo claro de lo que se trataba realizar un cómic.

Empezamos imitando. Imitando a los maestros europeos y argentinos fundamentalmente y a algunos norteamericanos, a Moebius, a Manara, a Sió, a Breccia, a Maroto, a Crumb.

Estábamos descubriendo tantas cosas que no podíamos parar. Queríamos que todo el mundo se enterara de que estábamos ahí y que teníamos algo que decir, aunque ni siquiera nosotros tuviésemos del todo claro qué es lo que queríamos decir. Entonces optamos por decirlo todo, de una vez y agolpado, remedando todo tipo de estilos y discutiendo entre nosotros (como si valiera mucho la pena) sobre escuelas e influencias. Era una manera de entusiasmarnos y darnos ánimo para emprender proyectos que no tenían parangón en Chile.

Estaba naciendo con nosotros un tipo de publicación, a imitación de los norteamericanos, que pronto tomó el nombre de underground.

A fin de cuentas se trataba de algo similar: publicar con muy bajos costos revistas de pequeño formato, en blanco y negro, rebelándose contra el sistema, lanzando un grito que ojalá se escuchará en todas partes (aunque las tiradas más grandes contaran con 500 ejemplares). Había que hacer algo a toda costa y nadie sabía mucho como hacerlo, pero se hizo de todas maneras, como se pudo, contra todo. En esta época nacieron muchas publicaciones. Nos juntábamos en la casa de alguien empezábamos a darle duro a la discusión. ¿Qué tipo de revista haríamos? En realidad nos preocupaba más publicarlo todo que tener una línea editorial clara, eso vino en realidad más tarde. Las primeras publicaciones, con alguna honrosa excepción, eran recopilaciones de todo. Bastaba con saber expresarse de alguna manera a través del dibujo y en una secuencia y que todo fuera más o menos comprensible para que llegara a las páginas de la revista. Eso, más o menos fueron las primeras publicaciones, como Sudacas +Turbio, Gnomon, Matucana o Beso Negro. Sin embargo, pocas tuvieron larga vida. Matucana se recicló en democracia como revista de quioscos. Quizás la única que murió, tras un importante número de seis ediciones, fue Beso Negro. De hecho, fue quizás la que más en serio se tomó eso de una cultura alternativa, asociada además a otras manifestaciones artísticas de la época (como la poesía y la música).

Sin embargo, la mayor parte de los incipientes historietistas de entonces fueron entrando en producciones más ambiciosas (Ácido, Trauko, Bandido, Raff, El Cuete) y fueron viendo como las publicaciones caían una tras otra. Otros, una buena parte, terminó buscando horizontes más seguros en la publicidad y el diseño. La verdad es que todavía algunos de los que quedamos de esa generación seguimos de una u otra manera haciendo lo nuestro a partir, generalmente, de proyectos propios. Es el caso de Gonzalo Martínez, Martín Cáceres, Christiano, Jucca o yo mismo. Otros han entrado más tardíamente y alguno, como Máximo Carvajal, ha estado antes que nosotros pero sigue caminando a nuestro lado (lo que nos hincha de orgullo).

Quizás, en líneas generales, lo que distingue a las generaciones es el tiempo que a cada una le ha tocado vivir. Pero no es menos cierto que la supervivencia real de las generaciones depende de las respuestas que tiene para esos tiempos. Creo que aquella generación que algunos ven como heroica, que otros piensan que perdieron el tiempo y que otros critican por su hermetismo, es una generación que todavía sigue trabajando y que lo único que no se le puede cuestionar, y que no me atrevería a cuestionar a nadie, en el fondo, es su amor por la historieta. Y es ese amor que todos tienen por lo que hacen lo que permite que esto sobreviva (y en la actualidad esa condición de supervivencia no ha cambiado demasiado, a pesar de que se lea más - claro que se leen otras historietas). Lo que nos lleva a pensar que en realidad se trata de una especie de apostolado (sin ánimo de volverme demasiado dramático) o por lo menos, se trata de vocación.