por Carlos Reyes

Llaves y dioses es el título de la primera entrega que el guionista y dibujante chileno Martín Cáceres hace de su personaje Lebbeus Rahn, en una inusitada y cuidadosa edición criolla bajo la tutela de Visual Ediciones.

Martín Cáceres logra sorprender con una historia compleja, rica en líneas de acción paralelas y de intrincadas posibilidades, que exigen de la lectura de este cómic una cuidadosa atención. La cualidad más interesante del guión se articula en estas variadas líneas de acción que van a entrecruzarse y contradecirse unas a otras. El desfile se inicia con los franceses Etienne De Boijae y su amigo Lucien en medio del campo de batalla; sigue con el coronel Fleury como mero receptáculo humano del oscuro Deir-Saleh; y luego con el mismísimo Lebbeus Rahn accediendo a nuestro mundo a través de una fisura dimensional en forma de poliedro; y a ellos se suman Yog-Sthot, Belzacc -especie de demonio hermafrodita-, el coadjutor Akhis y la fortaleza mutante de los guardianes de la llave y la sorpresiva y descolocante aparición del último revenant biomecánico. Todo ello en el marco de la sangrienta lucha por los tres fragmentos de la llave.

Las referencias a Lovecraft son constantes y funcionan como guiños al espectador avezado. Sí, porque el universo mitológico de Cáceres goza del espíritu de las narraciones del enjuto e introvertido escritor de Providence. Así Lebbeus está lleno de ideogramas, símbolos crípticos, deidades ultraterrenas y mundos impensables y atemporales. A la locura y el desequilibrio de la guerra se van sumando págna a página, suceso a suceso, la pesadillesca batalla por la búsqueda de los fragmentos de la llave dimensional y de la que participan Etienne y Lebbeus por una parte y Fleury y sus secuaces formados por Aleister Crowley, Aeglamoth, Belzacc y Ward Phillips por otra. Al desequilibro sigue el horror. El universo "lógico" de la guerra se ve traspasado, trastocado por una explosión de sentidos, en un laberinto que muta a cada instante.

 
Quizás el único elemento débil del guión lo constituyen ciertas afectadas "metáforas clásicas", a menudo redundantes ("La tierra es un hongo hinchado y sangriento que estalla bajo toda la muerte que la golpea"; "El único sonido es el viento que arrastra el polvo amarillo de las calles sobre los huesos que parecen cubrirlo todo"). Así como una engorrosa terminología explicativa en labios de algunos personajes con clara vocación pedagógica. Pero si bien estos intentos líricos abundan por momentos, no logran opacar la ingeniosa trama de acontecimientos sorpresivos, los que por acumulación y desmesura van a dejarnos, hacia el fin del episodio, con las desesperadas ganas de leer el segundo volumen -aún inédito- de la saga de Lebbeus Rahn.
 Cáceres es un dibujante dotado. La influencia del trabajo de Moebius es clarísima y pareciese que el propio Cáceres se complaciera en la evidencia. En las texturas, la riqueza de detalles y en cierta cualidad pétrea (Udo Jacobsen habla en el prólogo de la obra de una cierta "estaticidad estatuaria") se acerca en cierta forma al trabajo de Enki Bilal. Pero sin embargo, detrás de esas influencias (y talvez por la fusión de ellas) aparece el propio Martín Cáceres con su trazo característico y único.

 

 En suma, algo de fantasía épica, horror, mitología en expansión, referencias lovecraftianas, enigmas y revelaciones, evidencias y ocultamientos hacen de Lebbeus Rahn una historia rica y coherente. Una historia en permanente búsqueda de un centro unificador, que por lo que se ve, ha de necesitar aún de más páginas y episodios para conseguir cierta estabilidad y reposo.

Cáceres exige del lector un ojo paciente y atento capaz de captar el laberíntico desfile de personajes e intrigas secundarias, ilustradas con la maestría que da la lentitud de quien ha masticado largamente una idea antes de "verla" sobre el papel, alguien con la paciencia necesaria para decir lo que quiere con la calidad que debe y que el lector de cómics necesita.