El Ford 65 ha funcionado bien, la carretera es, ciertamente, como la gran protagonista de una Road Movie jamás filmada. La velocidad -mórbida pasión de este humilde redactor- no me deja apreciar detalladamente el lugar, pero mi aguda visión periodística deja entrever un paisaje semi-desértico que alberga unos misteriosos lagartos de largas colas que cruzan cadenciosamente el asfalto. Un oxidado letrero metálico, que muestra en una de sus esquinas un grafitti, hecho con spray blanco, con la inscripción ¡fuck you!, me indica que estoy en Sin City ¡la fatídica ciudad del pecado!
Caminar por sus
calles no me resulta demasiado grato o, más bien, una
sensación temerosa, un sudor frío de inseguridad
se apodera de mí, hasta entonces, infranqueable profesionalismo
reporteril. Entro en aquel tugurio; el whisky bar que alberga
la crem de la crem de la fauna bohemia de la ciudad del pecado. Una hermosa mujer
vestida con un provocativo traje de vaquera, flequitos incluidos,
baila de forma muy virtuosa con un lazo, ante la mirada atenta
de un público demasiado marginal que se ahoga entre el
alcohol y un humo insoportable de tabaco y quien sabe que otra
prohibida sustancia. Me acerco a la
barra con mi libretilla de apuntes y mi grabador portátil.
Pido un whisky on the rocks y aprovecho de dirigirme al dependiente
preguntándole por el contacto que me interesa. La cara
del tipo, mientras prepara mi trago en un vaso no demasiado limpio,
cambia de forma angustiosamente brusca al escuchar el nombre
que le susurro con un injustificado sentimiento de culpa. -¿Marv...
buscas a Marv? ¡Ja...! ¿Qué tipo de asunto
tienes tú con Marv, pendejo?, me pregunta irónicamente,
con una pérfida sonrisa, mientras seca los vasos mal enjuagados
con un trapo al que prefiero no referirme. Mi contestación
adquiere un estilo gangsteril y doblemente irónico al
del poco higiénico barman. -Nada que a tí
te pueda interesar un maldito comino, ¡son of a bitch! El tipo se conforma;
debe ser costumbre las contestaciones de este estilo en su tugurio,
pero algo raro sucede: el rostro del dependiente vuelve a adoptar
esa expresión inquietante del principio al mirar por sobre
mi hombro. -¿Tú
buscas a Marv, asshole? Una voz de trueno
retumba en mí espalda, no es necesario ser un genio para
adivinar que ya está aquí. Giro sobre el destartalado
asiento circular de la barra y mis ojos se desorbitan ante una
visión que es la más fiel y representativa de Sin
City. Estoy frente a
una figura desproporcionadamente inmensa; su cráneo es
una bóveda gigante, bruscamente cuadrada, sus facciones
parecen esculpidas en mármol, con la clara intención
de asustar al mundo, acompañadas por cicatrices, hematomas
y parches curitas que parecen formar parte de esa naturaleza
criminal ante la cual el valor de la vida es de una ambigüedad
casi mística. Mi anterior percepción
y mi constante alusión cinematográfica sobre cualquier
asunto de la vida me habían hecho suponer que, tal vez,
Schwarzenegger quedaría bien en el papel de Marv, pero
la realidad es otra; el aplomo, sus movimientos demoniacamente
perfectos, esa alegoría inherente a la violencia, dejaban
al superstar hollywoodense como un mamón pre púber,
un pelele indefenso al que sólo el marketing hace el milagro
de metamorfosear una imagen de duro. Trato de explicar
sobre mis intereses periodísticos de reflejar el submundo
de Sin City, de decirle que tal vez él sea el único
que me puede guiar sin problemas en esa ciudad bomba. Hago una
oferta en dólares por la prestación de sus servicios,
dejo claro que absolutamente todo será pagado, incluidos
whiskys, drogas, todo. Su mirada lacerantemente profunda no deja de estudiarme de pies a cabeza, aquel rictus eterno se rompe y desdibuja un gesto; un movimiento facial particularmente indefinible, hay un momento de quemante silencio, baja la mirada y termino por entender que aquel gesto fue una sonrisa. Las cosas caminan bien, acaba de aceptar mi oferta. Continuará |
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